Estudiantes crearon alarma al difundir que sus compañeros de aula se comían un cadáver
Fue la trágica muerte de El Diablo, como bien apodaban a este bandido que había asolada a la población con sus fechorías, que los guanajuatenses de finales del siglo XIX habrían de recordar este deceso por mucho tiempo.
Sucedió que dado el impulso que el entonces gobernador Florencio Antillón daba en el año de 1873 a la parte educativa del Colegio del Estado, este plantel contaba ya con un anfiteatro de anatomía y de operaciones, hasta donde fue llevado el cadáver de este célebre bandido a fin de realizársele la autopsia.
Serían los estudiantes Manuel Sobreyra –originario de Puebla y que por su amor a la Medicina llegó al Colegio del Estado a cursar la carrera– y Vidal Guzmán quienes se encargarían de practicar la disección cadavérica a El Diablo.
De suerte tal que mientras ambos preparaban los instrumentos sintieron hambre, por lo que decidieron pedirle a Teodoro, el cocinero del internado, que les trajera unos trozos de bistec para asarlos en el brasero del anfiteatro, el que por cierto tenía su puerta de entrada y salida de cadáveres por la parte trasera que da a la Calzada de Guadalupe.
No faltaron, sin embargo, algunos compañeros guasones y bromistas que, al percibir el olor a carne asada, hicieron correr la voz de que Manuel y Vidal estaban asando y comiéndose a El Diablo mientras le practicaban la necropsia.
Pronto la inusual noticia corrió como reguero de pólvora por todos los puntos de la ciudad provocando un gran escándalo, que llegó a los oídos de los familiares de El Diablo, los que sin más ni más acudieron a interponer su queja ante las autoridades, que a su vez alertaron al entonces rector Manuel Leal.
Él, por cierto, recién había asumido en el año de 1874 el cargo por segunda ocasión cuando ocurrió este acontecimiento, por lo que muy alarmado, pero con la seriedad y severidad que lo caracterizaban, personalmente fue al anfiteatro acompañado de los deudos del muertito.
Ya en la sala mortuoria el rector Leal ordenó que les mostraran a los familiares el cuerpo del infortunado bandido, para que vieran que El Diablo estaba muerto, pero intacto. Sorprendidos, los deudos y el propio Manuel Leal cayeron a la cuenta que todo había sido una broma estudiantil.
Sin embargo por muchos años la población guanajuatense recordó esta anécdota, que luego fue diluyéndose al paso del tiempo, aunque quedó plasmada como tal en La historia del Colegio del Estado de Guanajuato escrita por el licenciado Agustín Lanuza en 1924.
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