El fantasma de Mellado

Por el Marqués Pedro de Valladolid

Mucho insistieron los religiosos mercedarios encabezados por su Padre Provincial Fr. Ignacio de la Iglesia para establecerse en Guanajuato y venir a solicitar limosnas para los cautivos, hasta que en el año de 1752 lograron que los dueños de las minas les donaran escrituras del monasterio y de la capilla que entonces estaban en edificación, para que allí se instalaran.

No fue, sin embargo, hasta el año de 1756, en 6 de septiembre, que los frailes pudieron tomar posesión, cuando el primer Comendador MRP Mtro. Fr. Manuel Frías llegó a Mellado procedente de Valladolid al frente de un grupo de religiosos que de inmediato se dedicaron a rehabilitar casa y capilla, que quedaron listas para la celebración de la fiesta de Nuestra Señora de las Mercedes el siguiente día 24 de septiembre, que es cuando formalemente quedó fundada su Orden en Guanajuato..

Con gran celo y dedicación los monjes se dieron de inmediato a la tarea a recorrer con su prédica no solamente las calles del floreciente Mineral de Mellado, donde estaba su monasterio, sino que igualmente lo hacían en el pueblo de Guanajuato que apenas diez años antes había obtenido su nombramiento como Ciudad, y que para entonces contaba con una población de entre 40 a 50 mil habitantes.

Muy pronto los frailes se ganaron la estima de las gentes buenas, y bien que eran conocidos por todos gracias a sus acciones como propagadores de la Palabra de Dios y benefactores de los pobres y de los desvalidos, por lo que eran incluso invitados regularmente a muchas casas de ricos mineros donde recibían comida y atenciones, y hasta les daban importantes  sumas de dinero para que continuaran sus buenas obras.

En la donación que se les hizo de casa y capilla en Mellado se incluía una calleja que había quedado entre la iglesia y las casas que se compraron para construir el monasterio, y que habían sido de Diego Arias de Sotelo, calle que quedó semi oculta, siendo casi exclusivamente para uso de los frailes sin que se pudiera vender ni cambiar al hacerse una nueva traza, claro que sin prejuicio de terceros.

Y fue precisamente en esa abandonada y olvidada calleja donde se fraguó una leyenda, hecho que en su momento sembró terror entre los habitantes de Mellado, que andaban por las noches con el Jesús en la boca, hasta que se descubrió que aquello que los atemorizaba no era cosa del otro mundo.

Todo comenzó cierta noche lluviosa del 1760 cuando una jovencita, Ma. Ignacia Olazábal, hija mayor del porcionero D. Lorenzo Olazábal, regresaba a su casa con su enamorado, y de pronto al pasar por enfrente de la iglesia alcanzaron a observar entre la oscuridad que se abrían las rejas y salía un hombre encapuchado, con el hábito de los mercedarios, pero su sorpresa fue mayúscula cuando el desconocido se arremangaba la sotana para pasar por los charcos, dejando al descubierto sus piernas tan delgadas como auténticos huesos.

La muchacha contó a su padre sobre aquella aparición, él puso el caso en conocimiento de las autoridades, y pronto surgieron las murmuraciones acerca de que frente a la reja de la iglesia y luego por el oscuro callejón ya mencionado aparecía noche a noche, en las primeras horas de la misma, apenas puesto el sol, un monje, que cuando se levantaba la oscura sotana mostraba unas secas y amarillentas canillas, que más parecían propias de un esqueleto que no de persona viva.

Las comadres en Mellado, sueltas de lengua según costumbre, aseguraban que aquella aparición correspondía a un fraile mercedario que murió renegando de Nuestro Señor, mientras otras decían que se trataba de un virtuoso sacerdote que vivió por algunos años en el monasterio, y que murió sin dejar arreglados sus negocios: y, en fin, no faltaba quien afirmase que era un rico prelado que andaba en pena para ver a quién legaba su fortuna, y a tal punto llegó el pavor infundado por todo esto, que la ronda más de una vez recogió infelices mujeres víctimas del miedo, que habíanse desmayado al encontrarse con el fantasma o lo que fuera.

Era el Alcalde Mayor por aquel entonces don Bernardino Antonio de Navas, Teniente de Capitán General y Juez de Minas y Tandas de Guanajuato, quien al enterarse por vos de don Lorenzo Olazábal lo que estaba ocurriendo en Mellado, dictó varias medidas encaminadas a concluir con todas estas cosas, y entre aquellas ordenó que se apostasen dos valientes capitanes en las calles de Mellado, donde sucedían los hechos narrados, a fin de averiguar quién era ese clérigo que de tal modo producía tanto miedo en aquellas vecindades, y lo aprehendieran, dándole cuenta de todo a la mayor brevedad.

Mientras tanto aumentaban los testimonios de gente que aseguraba que aquella aparición seguía mostrándose por las noches, casi siempre entre la oscuridad, y que incluso se le veía no solamente en Mellado sino también mucha gente aseguraba haberla visto por el Cerro del Cuarto y por la Calzada de Guadalupe, e incluso por la madrugada en la Plaza Mayor saliendo de la Parroquia.

Pasaron días y el asunto siguió como estaba, hasta que una mañana presentóse ante el Alcalde Mayor un humilde lego de la Orden de Nuestra Señora de la Merced, llamado José Ledesma, y después de insistir mucho para que le dieran audiencia, al fin hubo de conseguirla. Dijo entonces que él era aquel a quien tomaban por fantasma los transeúntes de las calles de Mellado; que habiendo perdido las dos piernas a causa de una gangrena, permanecía todo el tiempo encerrado en el monasterio.

Sin embargo cuando tenía necesidad de salir utilizaba unos zancos, y que era costumbre en él ir de noche a la parroquia de Guanajuato a platicar con los curas D. José Tadeo Zamarripa, D. José Carrillo y D. Agustín de Figuera. Sin embargo las gentes que lo veían en la oscuridad lo habían tomado por alma de la otra vida que andaba penando, por lo que todos le huían y hasta en más de una ocasión le habían disparado con unos trabucos que, por fortuna, no le habían dado en parte alguna del cuerpo.

El Alcalde Mayor mandó entonces pregonar al instante en qué consistía aquello que por espanto tomaba mucha gente, y los vecinos, aunque amedrentados, salieron a convencerse de lo que se les decía, visitando y tratando desde aquel momento al infeliz lego mercedario, que descubierto entonces ya no tuvo necesidad de permanecer oculto en el monasterio y a plena luz del día salía a socorrer a los pobres.

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