Los monjes de la subterránea

Prof Rogelio Cornejo

Así me lo contaron, Dámaris. (Ella nos pidió amablemente relatar algo sobre los sucesos extraordinarios y poco comunes en la subterránea). Yo había oído, y leído después, sobre la leyenda de los monjes de la subterránea, pero el taxista le puso el elemento dramático ‘in situ’. Tomé como cada ocasión, muy temprano mi taxi rumbo a la central camionera de Guanajuato en dirección hacia donde me habían solicitado mi labor como terapeuta, y precisamente, cuando íbamos pasando por el área del jardín hacia lo que se supone es parte baja del templo de San Diego, el chofer dio un frenón que me hizo tambalear en el asiento de la parte posterior.

Ahí estaban frente a nosotros

“Perdón, dijo el taxista, pero ahorita volví a sentir las mismas sensaciones que sentí cuando hace más de treinta años, pasaba por este mismo lugar, don. Mis amigos y yo andábamos de parranda y bajamos a esta parada del jardín para esperar un taxi que nos llevara hasta cerca de palacio, en la presa. Estuvimos un buen rato bromeando y cantando ‘…Con un polvo y otro polvo/ se formó una polvadera/ una copa y otra copa/ hacen una borrachera./ Ay, ay, ay, ay, ay/ qué borracho vengo/ y ábreme la puerta/ que me ando cayendo/ de ventanas y ‘paderes’/ me he venido deteniendo…’ Rogaciano, el más grande del grupo de amigos, nos dijo que nos calláramos, él no había tomado mucho, pienso que con la intención de hacerse responsable de nosotros. Señaló su oído izquierdo mientras decía, ‘¿no escuchan?’. Guardamos todos silencio y pusimos atención. Al mismo tiempo la piel se me puso de gallina y un sudor frío recorrió mi espalda y creo que a ellos también porque instintivamente nos apilamos y abrazamos temerosos.

Un canto fúnebre

Se oía un canto como de iglesia. Frente a nosotros varios monjes caminaban lentamente mientras entonaban su canto, llevando, cada uno, un cirio en las manos. La ropa que llevaban les cubría desde la cabeza a los pies. Los pies no tocaban el suelo. Parecía que flotaban o al menos esa impresión nos dio. Avanzaban en dirección hacia la parte que corresponde al templo de San Diego. Al llegar al muro, lo atravesaron y se dejaron de escuchar sus voces cantando. Nosotros aprovechamos que se retiraron y subimos despavoridos por las escaleras que salen al jardín. ¡Hasta el cuete se nos quitó! Y temerosos nos fuimos corriendo, casi volando, hasta el callejón de San Antonio, por donde vivíamos la mayoría.

Cuenta una ancianita

También, una leyenda parecida cuenta una señora ya ‘de edad’ que no quiere que demos su nombre. Pero ella dice que ha visto, no precisamente monjes, sino una especie de seres parecidos a los zombies, aunque estos son altos, muy altos, entre dos y  tres metros y salen precisamente en las áreas de acceso hacia la parte superior de la subterránea donde hay escalones. Dice que es muy frecuente que los vea, y no necesariamente en las noches. Lo raro es que no todos los ven porque en ocasiones ha ido acompañada y los demás no se dan cuenta de la presencia de estos seres. Ella dice que estas entidades se han querido comunicar con ella pero que le da miedo y no ha aceptado. Que los relaciona con extraterrestres, por eso su desconfianza.

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