Una anciana en el camino

Profesor Rogelio González Cornejo (Reiki)

No sé si fue aquí o fue allá o si voy empezando o ya es el final pero sólo vengo a engrosar las filas de historias para contar. Quizá sí sucedió no me di cuenta de tan abstraído que me sentía. ¿No te ha pasado, íntegro lector, que pudo haber sido y no fue? ¿Me lo contaron o lo soñé? Andaba yo, como acostumbro de vez en vez visitando lugares donde impera la necesidad de estar bien y sentirse mejor.

Anochecía en el lugar

Aunque ya se cernían ligeras sombras sobre esta parte del planeta. ‘Estaba  pardeando la tarde’, dirían por mis rumbos. Cuando A la vera del camino iba una mujer de más de medio siglo, típica campesina del lugar. La veía caminando con dificultad a causa, no sé si de algún dolor o cansancio normal. Como siempre ando de ofrecido pretexté no conocer ese sitio y le pregunté cuánto faltaba para llegar a la ranchería más cercana, su respuesta fue inmediata,  caminando, dijo, nos faltan como 15 minutos. Pero al paso que voy yo creo que hago media hora y eso, si llego, me duele mucho el lomo y la panza, me confesó. Me dedico a la sanación, aclaré, ¿quiere que nos detengamos y le trate la espalda y el abdomen para que se le vaya quitando un poco el dolor? Sólo se sienta en esa piedra para poder darle su terapia. No, dijo, si me hace favor, prefiero llegar a mi casa, si me apoyo en usted, podríamos llegar más rápido. Así lo hicimos y proseguimos el camino como ella lo sugirió.

Tratamiento con cuarzos y sonidos

Llegamos a donde se veían dos o tres casitas separadas por varios metros una de otra. Nos detuvimos frente a una casa de piedra y la puerta estaba cerrada simplemente por una puerta bajita de madera. Le quitó el lazo con que se cerraba y me invitó a pasar a un interior alumbrado apenas por una veladora a la virgen del Carmen. Se sentó en su camastro utilicé los sonidos sanadores y le trabajé primero la espalda para que se pudiera recostar después y hasta entonces trabajar el abdomen. El dolor de la espalda fue cediendo y así me lo indicaba el péndulo. Mientras le puse una piedra llamada Shungite en el regazo con el propósito de que sanara el dolor de esa zona. Me dijo que era menos el dolor de la espalda e igualmente en el estómago ya era menos el dolor. Noté algo que no había observado: en espalda y abdomen, había sangre seca molida. No le pregunté nada porque se iba quedando dormida después de decirme que el dolor había remitido completamente. Olvidé decir que yo llevaba una mochilita donde guardo mis cuarzos y los pequeños instrumentos de sonidos sanadores que utilizo regularmente para dar mis terapias.

Al término de la terapia

Salí de la casita con cierta prisa pues ya la noche se había declarado en el valle, aunque había cierta claridad porque era noche de luna llena. Había avanzado unos 20 metros cuando me di cuenta que no traía mi maletita de los cuarzos e instrumentos. Volví sobre mis pasos y distinguí las casitas. Fui a la casa donde había dado terapia a la señora y encontré solo un amontonamiento de piedras donde estaba la casa. Pensé que me había equivocado y fui a otra casa, pero reconocí que no era donde yo había estado. Toqué la puerta y salió un señor que me preguntó qué se me ofrecía, le dije que hacía un momento yo había llegado con su vecina y que la había atendido de sus molestias en una una casa cercana. El señor me dijo que en esa casa no podía vivir nadie, pues la señora que antes habitaba ahí, hacía años la habían atropellado en la carretera. Le dije que estaba equivocado que yo le había dado terapia a la señora de ese lugar. Dijo que él me vio cuando llegué pero que yo iba solo. Nadie me acompañaba. Aún incrédulo me fui hacia el montón de piedras y para sorpresa mía ahí estaba mi maletita confundida entre las desordenadas piedras. La recogí, le pregunté al señor que cómo había muerto la señora y dijo que él estómago y espalda quedaron severamente lastimados y sangrando en gran profusión. Esa fue la causa de su muerte.

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