El Viernes de Dolores y la Flor de la Esperanza
Por Ezequiel Almanza Carranza
Es Viernes de Dolores. Es el Día de las Flores en Guanajuato, que su presencia enjoya el Jardín de la Unión.
Aún no amanece. Todavía esplende en el cielo el lejano lucero de la aurora, y el pájaro madrugador preludia su viejo cantar entre las frondas de las acacias florecidas. En el cercano Callejón del Truco hay música de cuerdas, acompañando a un trovero que felicita en su día a la bien amada.
Si el sereno de la esquina
me quisiera hacer favor,
de apagar su linternita
mientras le canto a mi amor.
Ahora sí, señor sereno,
le agradezco su favor,
encienda su linternita
que ya acabé de cantar.
El alba empieza a dibujarse en el Oriente con su tenue claridad opalina. La mañana será azul y blanca, como fueron las auroras de nuestra juventud.
Comienzan a llegar los campesinos trayendo en fardos de sáuz y de carrizo, las primorosas y perfumadas flores abajeñas y las serranas y fragantes rosas tempraneras, para engalanar los altares de la Virgen de los Dolores.
En el pavimento enlosado de las tres callecitas que rodean al jardín, los vendedores colocan su hermosa mercancía policromada, para que el pueblo escoja las flores de su predilección.
Ha llegado a Guanajuato el mensaje florido de la Primavera, con sus alhelíes blancas y moradas, el plúmbago azul y los claveles rojos; rosas y heliotropos, pensamientos, jazmines y violetas; la nube vaporosa que parece neblina mañanera recostada en el regazo de las adelfas y del álamo. Las margaritas, que son las estrellas de la tierra, en cuyos pétalos se encuentran escondidos los secretos de los enamorados, que al deshojarlas hallan su dicha o su desesperanza.
Entre aquella inmensidad de rosas, de flores y de álamo que forman un bosque de colores, se encuentran igualmente la manzanilla y el albahaca; la olorosa mejorana y el poleo; el tomillo y real de oro; el hinojo y la humilde cincollaga que alfombra las cañadas y barrancas en el temporal de lluvias, pero que es flor perenne si se le cultiva en huertos y jardines; constan de cinco pétalos de color amarillo subido, manchadas de rojo, como si estuvieron salpicadas de sangre.
Ha llegado la mañana con el viejo sol que todo lo ilumina.
En las corolas de las azucenas y magnolias se abrillantan las gotas del rocío, perlas preciosas de la aurora, que tiemblan como las lágrimas desprendidas de los ojos de una Virgen atribulada.
El incienso quemado en los rústicos pebeteros, unge con su aroma a la mañana esplendorosa y diáfana.
Los habitantes de la ciudad se han dado cita en ese lugar, y apenas caben en el área desocupada de las calles y el jardín. Los puestos típicos con el magua fresca de limón, naranja y jamaica; los vendedores de banderitas de papel calado; los gritones de la fruta y golosinas ponen su nota pintoresca y emocional.
Es día de estreno. Las mujeres lucen sus mejores galas, en cuyo atuendo destaca el rebozo mexicano, la prenda nacional por excelencia, que lo mismo sirve para lucir la gracia de quien lo lleva, que sabe cobijar un idilio, recibir un piropo, o ser cuna y regazo del recién nacido.
Viernes de Dolores en Guanajuato. Aleluya cantan las campanas de San Diego y de la Basílica de Santa María, con su argentino diapasón de bronce… Una parvada de palomas blancas y tornasoladas se lanzan de sus nidos, asustadas, adornando con su vuelo la limpidez del cielo de esa mañana primaveral.
El pregón de los voceadores anunciando “Tierra de mis amores”, esa bella Edición del Recuerdo que cada año en esta fecha traía en sus páginas viejas remembranzas narradas en selectas prosas de variado estilo. El verso tierno y romántico de los aedas provincianos cantando el embrujo de los callejones y la belleza espiritual de las mujeres.
“Tierra de mis amores” era la expresión tersa y sublime del sentimiento evocador y folklórico de nuestros bardos y cronistas.
Guanajuato está de fiesta en el día dedicado a las flores, costumbre que ha de perdurar por los siglos. Y para que nada falte en esta mañana de recuerdos, la Banda del Antiguo Primer Ligero situada en el kiosco de corte pueblerino, nos deleita con el regalo de su antología musical, ejecutando aquellos valses de nuestros tiempos ya lejanos, que se quedaron prendidos en la ventana de la morada muerta… y que hoy retornan para volver a escucharlos con el alma de rodillas… Música que tiene mucho de lo nuestro, porque despierta viejos idilios y muertas esperanzas que cubrió el pasado… Música prócer y eterna que abre más la herida de nuestra desolación en este dolor presente.
Es Viernes de Dolores. En uno de los puestos de álamo, de macetitas de trigo y banderitas de oro volador, atendido por una muchacha de nuestro pueblo y un hombre que llega a la ancianidad, encuentro una imagen de la Dolorosa, expuesta en un cuadro chico de madera, que está presidiendo la venta de esa mercancía. El marco está engalanado a su alrededor con florecitas silvestres de cincollaga. Es una pintura muy antigua, por cuyo motivo me detengo a contemplarla…y la Virgen misericordiosa que sabe de nuestro duelo parece decirnos: ¿Acaso hay un dolor comparable al mío?
Me acerco a la muchacha a preguntarle la causa que origina engalanar a la Virgen con esas florecillas.
–Es una devoción familiar. Pregúntele a mi abuelito: él sí sabe –me contesta la simpática vendedora.
En esos momentos el anciano se pone de pie, creyendo que voy a comprar algo de lo que expenden.
Le hago la misma pregunta, y por contestación me invita a sentarme en la banqueta, afuera de la Posada Santa Fe, donde unos turistas toman fotografías de la fiesta.
Para satisfacer mi curiosidad me relata lo siguiente:
Hace muchos años que aquí en Guanajuato vivieron algunos descendientes del reino de los masahuas, por el rumbo donde hoy está el barrio de ese nombre, y hay una capillita donde se venera al Señor del Buen Viaje, un Cristo milagroso que concede gracias y mercedes a los que van a implorar su protección.
La imagen se veía continuamente adornada con multitud de flores, en su mayoría silvestres, destacándose entre ellas, unas de color amarillo subido, de cinco pétalos y de rara fragancia, que las llaman flores de la Esperanza, porque en ellas cifraban su fe y su confianza las gentes que creían en los milagros, para que en sus aflicciones intercedieran ante el Cristo de su devoción. Pues a la manera de las demás imágenes que están llenas de retablos, el Señor del Buen Viaje recibía flores por los milagros concedidos.
En el barrio de Masahuas vivía un descendiente de esa tribu, que trabajaba como cochero en la diligencia que salía de esta ciudad a la de México, cuyo recorrido lo hacía en aquel tiempo en nueve días; pero cuando había contratiempos el viaje se prolongaba por dos o tres días más.
Hacía un mes que se había establecido ese servicio, y como los caminos eran inseguros y peligrosos por la cantidad de salteadores que salían a robar esos medios de transporte, los pasajeros antes de abordar esos vehículos se confesaban y hacían testamento, por no saber si regresarían con vida a sus hogares.
La diligencia salía de Guanajuato a las seis de la mañana. Su partida la anunciaba un doble de campanas de la iglesia parroquial, a cuya hora se ofrecía una misa con rogaciones para los que emprendían ese temerario viaje.
Rosendo Martínez se llamaba el conductor de ese carruaje. Su familia estaba compuesta de su esposa y cinco niños. Siendo ella la que todos los días le llevaba a la Virgen de los Dolores y al Cristo del Buen Viaje muchas flores llamadas de la Esperanza, para que su marido tuviera un viaje feliz y un pronto regreso. Pues esa devoción era muy vieja entre los ascendientes de Rosendo, porque a las florecitas amarillas se les atribuía el don de la buena suerte.
Pero un día sucedió lo inesperado. Un piquete de soldados fue por Rosendo a su casa, y se lo llevó preso a la cárcel de los Arcos. Habían asaltado la diligencia que él conducía, y cuatro de los pasajeros fueron asesinados; además, todo el equipaje había sido robado.
En las investigaciones que se hicieron se dijo que Rosendo estaba en connivencia con los bandoleros, a quienes informaba cuándo los viajeros transportaban grandes cantidades de dinero. Por lo que el gobierno quiso hacer un escarmiento en la persona del auriga. Sin embargo, Rosendo negó ser el denunciante, alegando en su defensa que era una calumnia de otro cochero a quien habían despedido por borracho e insolente, porque acostumbraba acicatear a las bestias con chicotazos y maldiciones. Pero nada se consiguió, y por lo mismo Rosendo sería fusilado, fijándose la fecha de la ejecución para un Viernes de Dolores. Las autoridades querían fusilarlo y colgarlo en el mismo lugar donde había sido el asalto a la diligencia, pero se consiguió que fuera fusilado en el matadero, detrás de la Posada de San Antonio. Y el Viernes de Dolores de un año ya muy lejano, el infeliz cochero fue ajusticiado a las cuatro de la mañana en dicho lugar…
Pero Rosendo Martínez no murió; solamente quedó herido. Esperó que se retirara el pelotón de ejecución, y como pudo se dirigió a su casa, donde su esposa lo creía muerto.
Cuando amaneció, no encontraron el cadáver para darle sepultura. Alguien soltó la versión de que se lo había llevado el diablo… Pero Rosendo estaba en su casa, herido solamente.
Su esposa fue a la capilla del Señor del Buen Viaje a darle las gracias por el milagro que le había hecho, y desde luego notó que aquellas florecillas de color amarillo subido, que adornaban al Cristo y a la Virgen Dolorosa, estaban manchadas de color rojo como la sangre, manifestando con ese cambio de coloración que se había cometido una injusticia con Rosendo.
Días después corrió en el barrio la noticia de aquel milagro. Y desde entonces, esas florecitas han conservado en sus pétalos amarillos las manchas de sangre; y también desde entonces se les conoce con el nombre de Flor de las Cincollagas del Crucificado y de la Dolorosa, que les hicieron en sus cuerpos la maldad y la injusticia de los hombres.
Cuando aquel viejo vendedor de álamo, de macetitas de trigo y de banderitas de oro volador terminó su relato, la Banda de Música del Antiguo Primer Ligero ejecutaba el hermoso vals Dolores.
Publicado en el semanario Estado de Guanajuato, el viernes 24 de marzo de 1972.
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